viernes 12 de octubre de 2018
Ana María Risco[1]
Aunque se la ha señalado como un caso singular de producción discursiva, analítica y poética, sin paralelos en otros contextos de la región, dotada de autonomía conceptual y terminologías propias, la crítica contemporánea de arte en Chile no ha sido objeto de una mirada panorámica. Las revisiones que la abordan suelen tomar como referencia las escrituras de surgidas tras el golpe militar de 1973. En ese período, junto a las prácticas de resistencia artística que dieron forma a la llamada “Escena de Avanzada” fue instaurado “un régimen de visualidad textual cuyo efecto inmediato era reponer la dificultad del pensamiento, sus condiciones de posibilidad, regladas por la censura” (Giunta, 14), y reconocer reflexivamente, con las obras, las nuevas condiciones impuestas por la crisis histórica e institucional. El prolífico discurso crítico surgido en esta coyuntura implicó una revisión de las referencias bibliográficas que sustentaban a la crítica hasta ese momento y marcó el inicio de una forma de escritura altamente influyente sobre el campo intelectual y artístico chileno. Las ideas críticas se renovaron incorporando nociones provenientes del posestructuralismo, la semiótica, las teorías del inconsciente y los dispositivos pulsionales, como también del pensamiento crítico de Walter Benjamin, autor que comenzó a ser intensamente leído y traducido en esa época.
Decisivos para la formación de esta escena crítica fueron los trabajos de Nelly Richard y Ronald Kay, quienes desde fines de los 70 produjeron recepciones de la obra de Eugenio Dittborn (Richard y Kay), Carlos Leppe, Carlos Altamirano y Juan Dávila (Richard), y los de Adriana Valdés, quien, entre sus múltiples aproximaciones al arte, aportó las primeras lecturas de la obra de Alfredo Jaar. Destacan también en este contexto las propuestas críticas de Pablo Oyarzún y Justo Pastor Mellado, los que por caminos separados, visualizaron críticamente la obra de Gonzalo Díaz e hicieron incidir la mirada de la estética y la filosofía política en la recepción de otras obras influyentes del período. Escrituras literarias como la Enrique Lihn, Diamela Eltit, Eugenia Brito, Raúl Zurita y Gonzalo Muñoz, algunos de los cuales se vincularon al colectivo CADA, son también relevantes en las conformación de este campo crítico, en cuyo interior conviene distinguir entre quienes sostuvieron posiciones más proclives al ejercicio de diagrama de campo e inscripción de obras a nivel nacional e internacional (Richard y Mellado), de aquellos que operaron en una clave más bien literaria y filosófica, abordando el arte a la luz del duelo y el quiebre social que vivía el país (Kay, Lihn, Valdés, Oyarzún, Muñoz, Eltit). Todos estos autores dan a conocer su pensamiento de preferencia a través del catálogo de exposición, que comienza a ser un medio relevante en esta época. Sus ideas se difunden también en debates y aparatos editoriales asociados a espacios que alojan al arte disidente, como las galerías Sur, Época, Cromo y Cal. De esta última surgió la Revista Cal (1979), que dio temprana fuerza a la discusión sobre crítica, como lo atestigua el tema central de su número 3. Otros medios para la crítica de ese momento fueron las revistas La Separata (1981-82) y El espíritu de la época (1983-88) y algunos semanarios de circulación abierta como Hoy (1976-98), Apsi (1976-95), La Bicicleta (1978-90), Cauce (1982-88) y Pluma y Pincel (1982-85). Por último, la aparición, hacia 1986, de Márgenes e instituciones, libro de Nelly Richard que inscribe internacionalmente la Escena de Avanzada, marca un punto de inflexión en lo que refiere a la producción discursiva de ese movimiento.
A contar de mediados los 80, nuevas escrituras comienzan a perfilarse y a ampliar el radio de mirada del pensamiento crítico. Entre estas destacan las de Gonzalo Arqueros, Guillermo Machuca, Roberto Merino, Carlos Pérez Villalobos y Sergio Rojas, autores que ingresarán a la discusión en el contexto de transición a la democracia. “La academización del arte y del pensamiento crítico” –por la vía del posicionamiento universitario de varios críticos de la generación anterior– y “adelgazamiento de determinados contenidos formales y narrativos de índole socio-político tal cual habían sido producidos por el arte chileno desde la década de los 60 hasta la recuperación democrática” (Machuca, 19) caracterizan la nueva situación, extendida hasta el cambio de siglo. En estos años, el circuito artístico chileno se internacionaliza, el mercado del arte amplía su cobertura y los artistas comienzan a depender de manera creciente del acceso a fondos públicos y privados. Los críticos surgidos en este contexto piensan la relación del arte y la globalización y revisan cuestiones gravitantes en el discurso de las obras como la memoria y el olvido, “lo contemporáneo como crisis de la modernidad” (Rojas, 41) y el creciente interés del arte por los medios de la representación. Entre los aparatos editoriales para la crítica, además de los diarios que destinan espacios habituales, destaca en los 90 la Revista de Crítica Cultural, que prolongó los diálogos entre arte y crítica cultural abiertos en el período anterior, a lo largo de 36 ediciones.
Durante las primeras dos décadas del siglo XXI, el campo de la crítica de arte en Chile ha estado marcado por dos variables relevantes: la recopilación y reedición de la producción reciente en este ámbito –lo que implica el reconocimiento y legitimación de un campo crítico articulado y dotado de cierta historia– y el surgimiento de actores formados en el contexto postdictatorial, que comienzan a desarrollar nuevas prácticas asociadas a campos específicos de acción social y cultural. En lo que refiere al primer aspecto cabe destacar la publicación, entre 2003 y 2017, de los libros recopilatorios El rabo del ojo, de Pablo Oyarzún, Dieta de archivo, de Carlos Pérez Villalobos, Memorias visuales, de Adriana Valdés, Remeciendo al papa, de Guillermo Machuca, Textos sobre arte, de Enrique Lihn y los tres volúmenes de Las obras y sus relatos, de Sergio Rojas. En este período se han realizado también las reediciones de Del espacio de acá, de Ronald Kay, Márgenes e instituciones, de Nelly Richard y Arte, visualidad e historia, de Pablo Oyarzún. En lo que concierne al segundo aspecto, y pese a la proximidad del fenómeno, cabe notar que la crítica de arte tiende actualmente a una redefinición, a partir de la complicidad que establecen nuevos actores con prácticas no necesariamente consumadas en la condición analítica y literaria de la escritura. Dichas prácticas cobran lugar al interior de colectivos, plataformas y espacios físicos y virtuales, y se traducen en debates, curatorías, microediciones que operan con independencia de las instituciones que promueven, comercializan, conservan y exhiben el arte, pero en diálogo con ellas.
Los “agentes” que hoy se reconocen como depositarios de la tarea de la crítica descartan hablar del arte “desde la posición del observador” y defienden un vínculo concreto con un “mundo real” (Illanes y Banda, 8) que reconocen situado fuera de las academias. Sin embargo, han recibido mayoritariamente formación universitaria en teoría e historia del arte y apoyan sus propuestas en repertorios bibliográficos académicos, donde son relevantes el pensamiento postcolonial y de género, la crítica cultural y los estudios visuales. En la medida en que vinculan la curatoría, la editorialidad, el trabajo colectivo y la escritura esporádica de textos con cualidades críticas, son representativos de estas nuevas agencias los trabajos de Matías Allende, Carol Illanes, Cristian Viveros-Fauné, Rodolfo Andaur y Juan José Santos[2].
La tarea de la crítica como trabajo de/con la escritura permanece vigente en la actualidad y en esta línea destacan, al lado de la producción de los críticos de generaciones precedentes que se mantienen activos, trabajos como los de Bruno Cuneo, Sebastián Vidal, Ignacio Szmulewicz, Diego Parra, María Berríos y otros autores vinculados en grado variable a la academia. Además de algunos medios especializados, como la Revista Cuadernos de Arte de la PUC, ciertas revistas de circulación abierta como la revista La Panera y la virtual Artishock, asignan espacios al texto crítico.
Bibliografía
Lista de imágenes
[1] Ana María Risco (1968) es Doctora en Filosofía, con mención en estética y teoría del arte por la Universidad de Chile y docente e investigadora en las líneas de crítica, escrituras sobre arte en Chile, relaciones entre imagen y escritura y medios de la imagen. Es autora de los libros Crítica situada. La escritura de Enrique Lihn sobre arte (Departamento de Teoría de las Artes, Universidad de Chile, 2004) y La deriva líquida del ojo. Ensayos sobre la obra de Alfredo Jaar (Catálogo/Mundana, 2017). Entre 2011 y 2016 estuvo a cargo de la formación del Departamento de Arte en la Universidad Alberto Hurtado, donde se desempeña en la actualidad.
[2] Estos tuvieron un espacio de visibilidad en la cesada plataforma web arteycrítica.org, una revista virtual de crítica de arte fundada el año 2003 por los exestudiantes de Arte de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Daniel Reyes y Pablo Carrasco que funcionó hasta el año 2015.
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