viernes 12 de octubre de 2018
Nelly Richard[1]
A diferencia de los “estudios culturales” hoy convertidos en programas de estudios en varias universidades internacionales, la “crítica cultural” no responde a la formalización académica de un programa, escuela o método. Designa –híbridamente– un dispositivo de análisis teórico, una operación de lectura y un registro de escritura que se ubican entre lo estético, lo político, lo ideológico y lo cultural.
Theodor Adorno, Walter Benjamín y Roland Barthes son algunas de las figuras que los practicantes de la crítica cultural han reconocido como antecedentes teóricos en sus genealogías del pensamiento, debido –entre otras razones– a su defensa del ensayo como género predilecto.
En América Latina, la importante revista argentina Punto de vista (1978–2008) dirigida por Beatriz Sarlo fue, durante treinta años, una tribuna editorial que publicó decisivos ensayos de crítica cultural sobre política, cultura y sociedad cruzando textos referidos al arte, la literatura, las comunicaciones, la memoria, la ciudad, los intelectuales, el mercado, etc.
La teórica argentina Leonor Arfuch evoca la crítica cultural subrayando su “posición de intermedio” que bordea “varios campos disciplinares (la filosofía, la semiótica, las teorías del discurso, la crítica literaria, la estética, la sociología, la antropología, el psicoanálisis)” y que habilita los tránsitos, la valoración de lo intersticial, de lo que resiste al encerramiento en un área restringida del saber y por ende a la autoridad de un dominio específico” (Arfuch, 208). Efectivamente, la crítica cultural entra y sale de los campos de saberes legitimados por las jerarquías académicas, para abordar los trazados irregulares de diversas coyunturas significantes –estéticas, políticas, sociales, culturales– que requieren de conceptualizaciones móviles y heterogéneas.
Durante los años ochenta se articuló en Chile “un referente teórico informal en que se expresan direcciones transdisciplinares que la institucionalidad académica omita o relega a sus márgenes internos: Benjamin, el psicoanálisis, la semiología, el postestructuralismo, el deconstruccionismo” (Oyarzún, 221). Los exponentes de este “referente teórico informal” (entre otros: Ronald Kay, Gonzalo Muñoz, Eugenia Brito, Patricio Marchant, Adriana Valdés, Pablo Oyarzún) fueron autores de textos que, en esos años de intervención militar, se publicaban en soportes independientes (catálogos, libros, revistas o separatas) asociadas al experimentalismo crítico de las prácticas artísticas agrupadas bajo la designación de “Escena de Avanzada”[2].
Al finalizar la dictadura, se inaugura la Revista de Crítica Cultural (1990) para reunir aquellas escrituras críticas que se ubicaban en el filo de la academia haciéndolas transitar entre la universidad y sus afueras, con la motivación de estimular debates intelectuales sobre el rol de la cultura en el nuevo contexto de la reapertura democrática. La Revista de Crítica Cultural –fundada y dirigida por N. Richard– fue una revista independiente cuyos Comités Editoriales integraron a: Juan Dávila, Eugenio Dittborn, Diamela Eltit, Federico Galende, Carlos Ossa, Carlos Pérez Villalobos, Marisol Vera, Adriana Valdés y Willy Thayer. La Revista de Crítica Cultural optó desde sus inicios por no considerar la visualidad como un simple recurso ilustrativo subordinado a los textos, sino como un denso y tenso eje de discurso que atravesaba sus páginas, otorgándoles un protagonismo editorial a las intervenciones artísticas de Carlos Altamirano, Eugenio Dittborn, Juan Dávila, Arturo Duclos, Lotty Rosenfeld y otros. Esta publicación bi-anual se propuso abordar el nuevo campo de tensiones entre arte, memoria, cultura, mercado y democracia que inauguraba el pacto entre redemocratización y neoliberalismo que marcó la transición chilena. Las escrituras convocadas en sus páginas fueron escrituras “comprometidas en reexaminar el pasado y en construir alternativas políticas y culturales para el presente” que tuvieron, según la crítica Jean Franco, el mérito de “contribuir a la redefinición del intelectual público como crítico cultural, al promover un pensamiento incisivo que mezcla una crítica amplia del neoliberalismo con una indagación de las prácticas culturales refractarias” (Debates críticos en América Latina).
Tal como lo entendía la revista en el posicionamiento de su título, la “crítica cultural” trazaba una demarcación estratégica frente a la lengua oficial de las disciplinas académicas y profesionales cuyos saberes expertos eran valorados durante la transición por su capacidad de adaptación técnica a una sociedad que, plegada a una cultura de mercado, se mostraba impaciente de dejar atrás los remanentes molestos del pasado traumático de la dictadura. La Revista de Crítica Cultural se hizo especialmente cargo de rastrear las huellas de la memoria que permanecían ocultas en las orillas más accidentadas de la racionalidad tecnocrática del Chile neoliberal, ocupando el arte como disparador simbólico de aquellas constelaciones de imágenes e imaginarios que se salen de las gramáticas del mercado y de las industrias culturales.
A lo largo de sus 18 años de existencia (1990–2008: 36 Números), la Revista de Crítica Cultural siguió “investigando los nexos entre arte, política, cultura y teoría, particularmente en relación a las problemáticas de la memoria, el neoliberalismo, la globalización, la identidad, la democratización y el género. Esta trayectoria crítica, mantiene un enfoque constante sobre los márgenes, intersticios y bordes de la expresión cultural. Sin descartar los debates internacionales, la Revista jamás se aleja de su misión de destacar las especificidades de la transición chilena y sus múltiples problemas locales” (Lazzara en: Szmurmuk – Mackee Irwin, 62).
Las universidades tecnocratizadas han impuesto la demanda global de una performatividad del saber que debe traducirse a competencias y rendimiento, tal como ocurre con el ranking de las revistas indexadas que serializan el conocimiento según un modelo científico-social que premia la verificabilidad del contenido castigando la desobediencia de las formas cultivada por las poéticas y las estéticas. La defensa del ensayo y de la crítica cultural asumida por revistas independientes como Punto de Vista y la Revista de Crítica Cultural en América Latina armó una zona de resistencia en torno al arte y las humanidades, desafiando el modo en que la industria del paper intenta hoy uniformar la producción universitaria.
Bibliografía
Lista de imágenes
[1] Nelly Richard (1948) es teórica y ensayista. Fundadora y Directora de la Revista de Crítica Cultural (1990-2008). Directora del Magíster en Estudios Culturales de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales ARCIS (2006-2013). En 1996 obtuvo la beca Guggenheim. Ha colaborado en numerosas publicaciones nacionales e internacionales y es autora de los siguientes libros: Diálogos latinoamericanos en las fronteras del arte (2014); Crítica y Política (2013), Crítica de la memoria (2010); Feminismo, género y diferencia(s) (2008); Fracturas de la memoria. Arte y pensamiento crítico (2007); Residuos y metáforas. Ensayos de crítica cultural sobre el Chile de la transición (1998); La insubordinación de los signos: cambio político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis (1994); Masculino / Femenino (1993); Márgenes e Instituciones (1986 / 2008).
[2] Ver: Nelly Richard, Márgenes e Instituciones. Arte en Chile desde 1973, Santiago, Metales Pesados, 2007.
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