miércoles 17 de octubre de 2018

Arte público e intervenciones urbanas

« Back to Glossary Index

Diego Maureira[1]

El arte público en Chile tiene al menos cuatro líneas fundamentales de trabajo que han destacado durante la segunda mitad del siglo XX. Estas son: la escultura pública, el arte integrado, el muralismo y la intervención urbana. Todas estas prácticas están vinculadas a distintos modos de inscripción fuera de los espacios museísticos y de exhibición. Si bien muchas difieren en sus orígenes, principios artísticos y roles dentro de la esfera pública, también comparten un gran número de vínculos difíciles de delimitar. Por tanto, la siguiente categorización no es restrictiva, sino que apela a un orden histórico, técnico y conceptual que busca situar orgánicamente a cada una de ellas.

Entre las mencionadas, la escultura pública es la que goza de más larga tradición. En Chile, los aportes modernistas más relevantes se dan a partir de los años 40 del siglo XX y guardan relación con en el abandono creciente del carácter mimético de la escultura. A su vez, las obras que evidencian un quiebre absoluto con la noción clásica de escultura pública tienen lugar en los años 60 y 70 del mismo siglo. Se trata de un abandono no solo de la representación naturalista sino también de los materiales nobles, sus métodos de trabajo y los formatos de emplazamiento de las obras. En este caso destaca la figura de Carlos Ortúzar, quien entre 1971 y 1972 llevó a cabo el Monumento al General René Schneider ubicado en la rotonda de Avenida Presidente Kennedy. La obra conmemora al general constitucionalista asesinado en el contexto de la aprobación parlamentaria de Salvador Allende como presidente. Su carácter geométrico y sus materiales industriales señalan un desvío radical respecto a la noción de monumento conmemorativo que primaba hasta entonces en el país. Otros artistas del mismo periodo que se circunscriben a esta concepción renovadora de la escultura pública son Abraham Freifeld, Lorenzo Berg, Sergio Castillo y Federico Assler.

Tal como lo propusieron ciertos proyectos europeos enfocados en unir arquitectura, diseño y arte durante los años 20 y 30, el arte integrado del Chile de la década de los 70 nace de la misma concepción estética que aspira a transformar la realidad en todos sus órdenes. Obras fundamentales de esta vertiente son el mural del paso bajo nivel del Cerro Santa Lucía y las piezas integradas al edificio de la Tercera Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo (UNCTAD III). Realizado en 1970, el mural geométrico del paso bajo nivel Santa Lucía es uno de los proyectos más importantes que inaugura la combinación entre arte abstracto y espacio urbano. Esta obra, impulsada por la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU), estuvo a cargo del Taller de Diseño Integrado para la Arquitectura, conformado por Iván Vial, Eduardo Martínez Bonati y Carlos Ortúzar. Por su parte, el proyecto arquitectónico de la UNCTAD III se caracteriza por ser el de mayor envergadura de comienzos de los 70. El objetivo de este edificio, construido en un tiempo record de 275 días, fue albergar la tercera conferencia internacional de países en subdesarrollo, para luego convertirse en el Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral (perteneciente al Ministerio de Educación). Entre algunos de los artistas convocados por Eduardo Martínez Bonati para participar del proyecto se encontraron: Marta Colvin, Sergio Castillo, Carlos Ortúzar, José Balmes, Mario Toral, Gracia Barrios, Roser Bru, Juan Egenau, Juan Bernal Ponce, Ricardo Mesa, Félix Maruenda y Luis Mandiola. Algunas de las obras incluidas solo poseían un carácter decorativo, mientras que otras combinaban principios estéticos y funcionalidad, por ejemplo: extractores de aire, bebedores de agua, maceteros, manillas de puertas, entre otros.

Por otro lado, el muralismo toma lugar en el espacio público vinculándose, en la mayoría de los casos, con la lucha política. En otras palabras, sus momentos de emergencia estaban determinados por las transformaciones sociales que ocurrían en el país –la mayoría fuera del alero de instituciones académicas o museísticas–. Una de sus primeras manifestaciones importantes fue el mural de David Alfaro Siqueiros Muerte al invasor y de Xavier Guerrero De México a Chile en la Escuela México, construida en Chillán tras el terremoto de 1939. Este mural conserva los lineamientos del muralismo mexicano, fuente originaria de un arte popular y comprometido con los proyectos progresistas. Cabe señalar que si bien la Escuela de Bellas Artes poseía una cátedra de pintura mural, sus estudiantes tenían, muchas veces por falta de apoyo gubernamental, escasos vínculos con el espacio público (como fue el caso del Grupo de Pintores Muralistas del Ministerio de Educación). Su momento de irrupción se da en los años 60, durante la tercera campaña del candidato socialista Salvador Allende. Esta vez la producción muralista estuvo ligada directamente al proyecto del Frente de Acción Popular y, por tanto, el peso político que motivó sus trabajos no permitía pensar en un tipo de producción diferente al de la propaganda partidista. Artistas que participaron de este momento son: Luz Donoso, Carmen Johnson, Pedro Millar y Hernán Meschi. Era una producción centrada en el detalle, donde se conjugaba la imaginería de la clase trabajadora con determinados mensajes políticos. Este rasgo cambiaría hacia 1969, momento en que nacen las brigadas muralistas. El brigadismo en sus orígenes fue una práctica totalmente desvinculada del campo de producción de las artes visuales. Se trataba específicamente de difusión, ya fuese del Partido Comunista o Socialista (Brigada Ramona Parra y Brigada Elmo Catalán). Tras el triunfo de la Unidad Popular los mensajes comienzan a incorporar imágenes y es así como empiezan a constituir un estilo bastante definido, que perdura hasta el día de hoy.

El concepto de intervención urbana, por su parte, se relaciona con varias de las prácticas de arte público antes revisadas. Para definir sus características específicas es preciso tener en cuenta su modo de inscripción en el espacio público, mucho más ligado al desplazamiento de los medios artísticos y a una condición efímera de la obra. Las intervenciones urbanas ocurren en un determinado espacio y tiempo y responden a elementos propios del lugar donde se desarrollan. Artistas que llevan a cabo los primeros desbordes fuera del museo son Juan Pablo Langlois, Cecilia Vicuña y Valentina Cruz (todos ligados a una línea de producción cercana al objeto y la instalación). Sin embargo, el momento en que este tipo de acciones acontecen, sin depender de espacios institucionales, corresponde a los últimos años de la década de los 70, en plena dictadura militar.

El trabajo conjunto de Lotty Rosenfeld y Juan Castillo, que luego da paso al Colectivo Acciones de Arte (CADA), es un episodio fundamental para esta vertiente. El CADA estuvo integrado además por Diamela Eltit, Raúl Zurita y Fernando Balcells. Sus primeras acciones datan de 1979 y se caracterizaron por ser trabajos procesuales, disgregados en múltiples etapas. En ellos estaban implicados el cuerpo de los participantes, los espectadores, los espacios de circulación pública, algunos lugares de exposición y materiales y soportes de diversa índole (video, objetos, medios de transporte, panfletos, pancartas, entre otros). Paralelamente al CADA –y a la obra individual de Rosenfeld, Castillo y Eltit en el espacio público– existió otro grupo de artistas de intervención ligados al Taller de Artes Visuales. Éste estaba integrado por Luz Donoso, Hernán Parada y Elías Adasme. Al igual que el CADA, desde fines de los 70 realizaron intervenciones grupales e individuales que entrelazaban cuerpo, imagen y texto. A su vez, y en el mismo periodo, artistas como Carlos Altamirano y Alfredo Jaar desarrollaron individualmente intervenciones que alteraban ciertos nudos del espacio público bajo una lógica conceptual y transitoria. En su conjunto, todo este grupo de artistas puso en discurso problemas ligados a la situación política que vivía el país (autoritarismo, represión, muerte, desaparición, censura, entre otros), a través de situaciones específicas, imposibles de apropiar o clasificar por los aparatos de vigilancia del régimen.

Entre los artistas y colectivos que se inscriben en la frontera temporal de la caída de la dictadura de Augusto Pinochet y el retorno a la democracia se encuentran las Yeguas del Apocalipsis, los Ánjeles Negros, Ricardo Villarroel y Janet Toro. Durante los años noventa la institucionalización de las prácticas experimentales, además del apaciguamiento de la agitación social, se traduce en una deflación del rendimiento político de las intervenciones. No por ello las obras realizadas en los años 90 carecen de compromiso histórico y calidad artística. En ellas comienzan a tramarse de forma más compleja las diferencias enunciadas en un comienzo entre escultura, arte integrado, muralismo e intervención. Entre los artistas de intervención de las décadas siguientes, todos vinculados a líneas reflexivas dispares (memoria, marginalidad, arquitectura, espacio urbano, etc.), destacan Jorge Cerezo, Carolina Salinas, Francisco Sanfuentes, Macarena Oñate, Pablo Rivera, Carolina Ruff, Ángela Ramírez y Andrés Durán. El arte público desde el 2000 incorporará nuevas fórmulas como el arte comunitario y relacional. Todas las vertientes revisadas se prolongan hasta la actualidad.

 

Bibliografía

  • Castillo, Eduardo. Puño y Letra. Movimiento social y comunicación gráfica en Chile. Santiago: Ocho Libros Editores, 2006.
  • Galaz, Gaspar y Milan Ivelic, Chile, Arte Actual. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1988.
  • Sanfuentes, Francisco (ed.). Calle y acontecimiento. Santiago: Editorial Universitaria, 2015.
  • Szmulewicz, Ignacio (ed.). Arte, ciudad y esfera pública en Chile. Santiago: Ediciones Metales Pesados, 2015.
  • Voionmaa, Liisa Flora. Escultura pública: del monumento conmemorativo a la escultura urbana: Santiago 1792-2004. Santiago: Ocho Libros Editores, 2005.

 

Lista de Imágenes

  1. Domingo Ulloa, Obra Chimenea, 1972. Cortesía Fundación Félix Maruenda. Disponible En: www.fundacionfelixmaruenda.cl.
  2. Domingo Ulloa, Obra Chimenea, 1972. Cortesía Fundación Félix Maruenda. Disponible En: www.fundacionfelixmaruenda.cl.
  3. Elías Adasme, A Chile, 1979. Acción de arte en estación de metro Salvador. Cortesía del artista.
  4. Andrés Durán, Casa cartel, 2001. Cortesía del artista.

 

[1] Diego Maureira (1989) es Licenciado en Artes con mención en Teoría e Historia del Arte de la Universidad de Chile y postulante a Magíster en la misma universidad. Se ha desempeñado como ayudante en cátedras de arte moderno, arte contemporáneo y cultura visual en la Universidad de Chile, Diego Portales, Alberto Hurtado y ARCIS. También ha sido profesor asistente en esta última casa de estudios. Además ha publicado ensayos, artículos e investigaciones ligadas al arte chileno de las últimas décadas.

« Back to Glossary Index