miércoles 17 de octubre de 2018
Bruno Cuneo[1]
El año 1963, Enrique D’Etigny Lyon (1926-2014), por entonces Decano de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, impulsó la creación de un Centro de Estudios Humanísticos –más tarde rebautizado “Departamento” y conocido popularmente por su sigla, “el DEH”–, cuyo propósito académico era promover la formación humanista de los estudiantes de ingeniería, siguiendo el ejemplo de algunas universidades norteamericanas.
Alojado originalmente en las dependencias de la Facultad, ubicada hasta hoy en la calle Beaucheff, el centro comenzó a operar en 1964 bajo la dirección del destacado filósofo Roberto Torretti (Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, 2011), quien se encargó de convocar a un selecto y plural grupo de académicos (Carla Cordua, Patricio Marchant, Mario Góngora, entre ellos) y de crear una gran biblioteca de filosofía, considerada por muchos años como la mejor del país.
Personas, libros y una iniciativa audaz: hubo una época en Chile en la que bastaban esos únicos requerimientos para impulsar un proyecto académico tan excepcional como este, que se diluiría finalmente el año 1988, a 15 años de su traslado a una nueva dependencia, una casona ubicada en la Avenida República. Fue en este lugar donde adquirió el estatuto de Departamento autónomo y vivió por un tiempo sus mejores momentos. Esto, gracias sobre todo a la gestión del cuarto de sus directores: el novelista Christian Huneeus (1937-1985), un líder académico “capaz de sacar lo mejor de personas de todas las creencias políticas”, como dejó anotado su amigo y biógrafo Tony Gould (2005:137).
El cineasta Raúl Ruiz decía que la naturaleza de ciertas casas en Chile puede cambiar tan rápido que parecen “mágicas” y pueden servir incluso de punto de partida para trazar una historia alegórica de la nación, como él mismo intentó hacerlo en una película que tituló Basta la palabra, pero que dejó inconclusa. Aunque su ejemplo era otro –un conservatorio que luego era un restaurant, un centro de tortura, una vivienda, un hotel y finalmente un prostíbulo–, la casona del DEH en Av. República 475 podría haberle servido igualmente de motivo: durante el gobierno de Allende y algunos años después del golpe militar, se transformó “en un refugio de quienes han sido (auto)marginados por el proyecto cultural y universitario de la Unidad Popular” (Perán, 2013, p. 88); más tarde, el año 1977, fue expropiada por el Ejército para servir de centro de operaciones de la CNI, y el año 2004, finalmente, fue cedida por Bienes Nacionales para que funcionara allí, como lo hace hasta hoy, el Museo de la Solidaridad Salvador Allende. Un destino singular para un único inmueble estatal, si no “mágico”, curioso al menos si se tiene en cuenta el nombre de la avenida en la que se encuentra emplazado.
Nicanor Parra, quién se incorporó como profesor el año 1972, describió la sede que acogió al DEH durante el período de gestión de Hunneus (1972 / 1976) –el más importante para los fines de este glosario– como “un palacio en una población callampa” (Contardo, 2004), aludiendo con ello, no sólo a la impronta señorial del edificio, un antiguo palacio burgués, sino sobre todo a la libertad creativa y clima de tolerancia intelectual que se vivió allí durante el último período de la UP y los primeros años de la dictadura militar, ambos muy difíciles y menesterosos para el ejercicio de la vida académica, en especial la humanística, aunque por distintas razones[2]. La dirección de Hunneus fue a todas luces decisiva para la formación de este clima intelectual de refugio, como lo llama Perán, cuyo modelo más antiguo podría ser la villa florentina descrita en el Decameron de Boccaccio, en la que un grupo de hombres y mujeres se encierran para salvar la imaginación en momentos en que la ciudad es diezmada por la peste.
En primer lugar, Huneeus implementó el año 1974 un programa de Licenciatura en Filosofía, Historia, Literatura y Lenguas Clásicas y Modernas, que aseguró la continuidad de los estudios humanísticos en un momento en que la mayoría de los centros universitarios encargados de impartir esas disciplinas habían sido cerrados o intervenidos por las autoridades militares. Para ello operó en todo momento con un principio académico claro: privilegiar las virtudes intelectuales por sobre las preferencias políticas, del signo que fueren, salvaguardando de ese modo lo que él mismo llamaba bellamente “las soberanías de la variedad” (Huneeus, 1985: 100).
En segundo lugar, Huneeus fortaleció aún más la planta académica del Departamento, ya de por sí vigorosa, convocando esta vez principalmente a poetas y teóricos del arte y la literatura. Es decir, gente más creativa que académica, como Nicanor Parra, Enrique Lihn, Ronald Kay, Jorge Guzmán o Adriana Valdés y que, en los años venideros, junto a Patricio Marchant, integrante de la primera formación docente del DEH, liderarían una forma peculiar de resistencia cultural contra la dictadura, en cuanto depurada de los ideologemas políticos y estéticos habituales (de allí la acusación de “elitismo” proferida a veces contra el grupo por algunos partidarios del arte militante o contestatario), propiciando el desarrollo de una literatura y arte de neovanguardia que renovaría completamente el panorama cultural chileno (lo mismo haría Nelly Richard, pero a partir de espacios no académicos, como Galería CAL). En sus seminarios y talleres, por otra parte, se formaron intelectuales y escritores de la talla de Pablo Oyarzún, Soledad Bianchi, Rodrigo Cánovas, Diamela Eltit, Soledad Fariña, Claudia Donoso o Eugenia Brito, quienes colaborarían igualmente, sobre todo en la década del 80, en la promoción de nuevos entendimientos críticos del arte y la literatura. Como recordara Ronald Kay en 2008: “Tan precaria y vulnerable era la vida espiritual en aquel momento, en verdad imposible, que es altamente verosímil que, de no haber existido Estudios Humanísticos y la brillante actividad prohijada en sus fueros bajo el Decano Enrique d’Etigny y Cristián Huneeus, su Director, no se hubiera desarrollado en el medio, durante el lustro por venir, sobre todo en Santiago, la efervescente, por inconcebible, insólita actividad cultural que de más en más fue ignorando las pretensiones castrenses” (Kay: 2008)
De alguna manera, la gestión de Huneeus, él mismo escritor y teórico literario formado en Cambridge, significó que el DEH experimentara un sensible cambio de orientación respecto de sus motivaciones intelectuales iniciales, ya que las iniciativas teóricas de los miembros convocados por él –irrigadas fuertemente ahora por las vertientes neomarxistas, psicoanalíticas y postestructuralistas del pensamiento contemporáneo–, así como también sus iniciativas literarias –en intenso diálogo con la plástica más experimental del momento (Dittborn, Leppe, Catalina Parra)–, se orientarían mucho más a idear “una nueva comprensión de la literatura y del arte en un contexto autoritario” (Perán, 2013: 104), caracterizado por el “miedo” y la “insuficiencia de la representación” (cf. Valdés: 1995: 68-77), que a postular el valor del libre juego de las facultades intelectuales, como había sido la tónica del centro durante sus años iniciales.
Es siempre enojoso destacar un nombre quitándole el foco a otros, sobre todo cuando se trata, como sucede en este caso, de una comunidad intelectual y creativa que operó la mayor parte del tiempo de consuno, aunque no por ello estuvo exenta en ocasiones de querellas y rivalidades. Sin embargo, el nombre del poeta y teórico del arte Ronald Kay (1941-2017) merece destacarse, sobre todo en el contexto de estas páginas, ya que algunas de sus iniciativas académicas en el DEH, como el seminario-taller titulado Signometraje, o la edición de la revista institucional bautizada Manuscritos, resultaron decisivas, tanto para el desarrollo intelectual del departamento regentado por Huneeus, como para el desarrollo en el campo cultural de lo que el propio Kay designaba como “una epistemología para tiempos precarios”, orientada por otras premisas que las que estructuraban el discurso contestatario corriente.
El seminario-taller Signometraje, impartido por Kay el año 1974, culminaba, por ejemplo, con una puesta en escena de un poema glosolálico de Artaud (RATARA), el que proferido a gritos por un grupo de alumnos, entre ellos el poeta Raúl Zurita, era menos un modo práctico de desentrañar el pensamiento teatral del dramaturgo francés –tema central del seminario–, que un modo de elaborar artísticamente la parálisis psíquica y el ahogo del lenguaje provocado por la destrucción de la República.
La revista Manuscritos, editada por Kay en 1975 a solicitud una vez más de Huneeus, estaba por su parte orientada por premisas similares, aunque operaban esta vez al nivel del lenguaje escrito y su materialidad significante. Su sorprendente diseño –ideado por Catalina Parra, hija de Nicanor y esposa de Kay por entonces– enfatizaba, en efecto, la visualidad de la escritura, transformando la diagramación y los juegos tipográficos en un modo de burlar la censura, ya no por el lado del significado o el contenido de los ensayos incluidos, sino más bien por el lado del significante gráfico. Esta estrategia, que Kay había aprendido estudiando en Alemania la retórica de los medios masivos, era un punto ciego tanto para el régimen militar como para la academia, y es muy probable que inspirara las subversiones semióticas de algunas propuestas artísticas inmediatamente posteriores[3].
La publicación de Manuscritos, valga decir, le costó el cargo al director Huneeus, pero no por su elevado costo de producción, como se ha sostenido habitualmente, sino porque las autoridades universitarias, que ya miraban con recelo al Departamento, estimaron que su contenido era demasiado frívolo e inusual para un medio académico[4].
Bibliografía
Lista de imágenes
[1] Bruno Cuneo (1973) es poeta y teórico del Arte. Dr. en Filosofía, mención Estética y Teoría del Arte, Universidad de Chile. Profesor Adjunto y Director del Instituto de Arte de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, donde dirige además el “Archivo Ruiz-Sarmiento” y la revista Pensar & Poetizar. Es autor de los siguientes libros: Verano (poesía, Ediciones Altazor, 2005), Ruiz. Entrevistas Escogidas – Filmografía Comentada (Ediciones UDP, 2013); Lucinda, la pista que falta + Paisajes y pantallazos, junto a Natalia Babarovic (Hueders, 2014), Jahuel (poesía, Ediciones Alquimia, 2017), Raúl Ruiz. Diario. Notas, recuerdos y secuencias de cosas vistas (Ediciones UDP, 2017). Philip Larkin, Decepciones (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2014), junto a Cristóbal Joannon y Enrique Winter; Guillaume Apollinaire, Los fuegos nuevos (Editorial Catálogo, 2014), junto a Virgilio Rodríguez.
[2] Durante la Unidad Popular, en efecto, y como resultado de la progresiva ideologización iniciada con la Reforma Universitaria, los intereses académicos considerados descomprometidos con el proceso revolucionario eran a menudo duramente criticados, y, de hecho, varios de los miembros del Departamento, entre ellos Nicanor Parra y Enrique Lihn, no contaban con el favor del establishment cultural de izquierda. Por otro lado, la vida académica fue prácticamente imposible durante todo el período que duró la dictadura militar iniciada en septiembre de 1973. Las universidades fueron intervenidas, vigiladas y muchos académicos fueron exonerados o perseguidos.
[3] Como por ejemplo, v.i.s.u.a.l. de Eugenio Dittborn, el propio Kay y Catalina Parra; Lihn & Pompier. del poeta, académico y performer Enrique Lihn. Tentativa Artaud, a su vez, pudo haber inspirado las subversiones performativas del grupo CADA, ya que dos de sus integrantes, Raúl Zurita y Diamela Eltit, participaron del seminario de Kay en 1974.
[4] Para vergüenza de los censores, cabe señalar que parte del material incluido era una reproducción fotográfica de El Quebrantahuesos, un diario mural colectivo ideado por Parra, Lihn y Jodorowsky en la década del 50, y el poema “Áreas Verdes”, primer avance de Purgatorio (1979), el gran poemario de Raúl Zurita.
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