viernes 3 de septiembre de 2021
Por Rosario Montero
En medio de una crisis climática, la artista e investigadora Rosario Montero, invita a reflexionar desde la práctica fotográfica sobre la representación de la naturaleza, fijándose en un elemento particular: el agua. ¿Podemos pensar el agua que corre en un río como un objeto separado de las piedras, minerales, pastos, helechos, árboles, peces y comunidades que conviven en ella? Y si lo hacemos, ¿qué implicancias tienen estas acciones sobre la percepción y experiencia del río? El texto, al hacer estas preguntas, invita a poner en cuestión las relaciones y categorías que creemos dadas entre humanos y naturaleza, revisando los problemas de la imagen fotográfica para transcribir estas relaciones, proponiendo a mismo tiempo distintas estrategias de representación que promuevan una relación otra con nuestro entorno.
Mientras escribo estas líneas, la lluvia tan esperada pega en mi ventana. Ha sido un invierno seco y las reservas de nieve en la cordillera han llegado a niveles críticos. En los noticieros y prensa escrita se problematiza la relación humano-agua desde los distintos matices en que los tecno-saberes describen y analizan la ausencia de precipitaciones (sequía histórica, crisis climática). Escuchando esas voces pienso que como creadores es urgente re-imaginar las relaciones humano-naturaleza, teniendo en cuenta no solo el bienestar de lo humano, sino de todos esos otros seres que conviven con ella. Y es ahí donde, como feminista preocupada por temas ambientales, es que quisiera invitarles a reflexiona sobre ¿qué rol cumple la tecnología (cámara fotográfica) en la representación de la naturaleza (el agua)?
Últimamente, una serie de imágenes relacionadas al proyecto de Carretera Hídrica se han presentado a través de distintos medios de comunicación. Este proyecto, impulsado por la Corporación Reguemos Chile busca captar, almacenar y transportar agua de los ríos de la Región del Biobío hacia el norte a través de una carretera hídrica de 1.015 kilómetros aproximadamente, y que tendría 40 metros de ancho y 10 de profundidad (Abarca, 2019). Esto para “regar” la Región de Atacama, con el objetivo de impulsar el desarrollo agroindustrial de esa región. Hay tantas aristas problemáticas en esta idea, pero solo me detendré a reflexionar sobre aquellas que son de carácter representacional y simbólico. Particularmente el uso que se da en la comunicación del proyecto de la imagen del agua como una abstracción. Se imprimen en los diversos formatos que acompañan los textos promocionales fotografías del agua que no es la idea de agua-río o agua-mar, sino de el agua separada de sus contextos (como si esta pudiera abstraerse de los ecosistemas sin afectarlos). Esto se traduce en 2 tipos de registros específicos: el primero determinado por primeros planos de aguas desplazada de sus caudales, de sus bosques y de las rocas que la conforman en río, y el segundo, vistas aéreas de corrientes de agua que en la distancia promueven una vista no-humana, provocando una suerte de retícula/abstracción del territorio. Estas imágenes están siempre acompañadas por la imagen del empresariado -que en su mayoría es representado por figuras masculinas- pretendiendo dominar el curso de una reserva hídrica, para “desviar” sus caudales durante kilómetros y “regar” la industria minera. Pretendiendo instalar una idea de dominación territorial, donde el agua como recurso abundante necesita ser “productivizado”, ya que en su curso habitual no es “utilizado en su total capacidad” (Reguemos Chile, 2021).
Bien se sabe que durante la dictadura cívico militar se impuso un Código de Aguas (1981) que adoptó un enfoque de libre mercado extremo para la asignación de ella (Bauer, 1998), definiéndose como un bien de “dominio de su titular, quien podrá usar, gozar y disponer de él en conformidad a la ley” (Artículo 6, código de aguas) expresando su aprovechamiento en “volumen por unidad de tiempo” (que sería un equivalente a tiempo/espacio) (Artículo 6, código de aguas). Manuel Prieto (2021) nos explica cómo, estas reformas ocurridas formaron parte de una revolución neoliberal más amplia, en donde el régimen cívico militar chileno (1973-1990) desarrolló una institucionalidad que posicionó a Chile como un caso paradigmático de gobernanza neoliberal ambiental. Bastante se ha hablado en la actualidad sobre lo problemático de nuestro código de aguas y el modelo que lo sustenta, poniendo énfasis en la necesidad de volver a comprender el agua como un derecho humano. Si bien esta crítica es relevante, en esta reflexión sobre la representación del agua quisiera ir un paso más adelante. Y es sobre la necesidad de comprender (y por tanto representar) el agua, no solo como un “recurso” sino como un objeto de relaciones humanas y no-humanas. Donde en un contexto de escasez, se hace urgente repensar estas relaciones, clasificaciones y conceptualización que se construyen. Prieto (2021) nos recuerda cómo han existido un sinnúmero de estudios de caso (principalmente en Perú, Bolivia y Ecuador) en donde académicos han demostrado la forma en que se entrelaza el poder material del agua con prácticas tradicionales, cosmovisiones, rituales, formas de valorar la naturaleza y la formación de la identidad. Y ahí radica la relevancia de pensar desde nuestro rol de creadores sobre el rol de la representación en la relación que las culturas expresan, comprenden y relacionan con el agua; esto en la urgencia de poder comenzar a imaginar otra forma de convivencia.
El primer problema que supone lo fotográfico es el corte del encuadre. Donde la representación del objeto agua, es desplazado desde la experiencia de quien retrata (sentir el ruido de las piedras del río, brisa, clima, etc.) a una representación bidimensional de características casi clínicas (si pensamos en su reproducción digital a través de nuestras pantallas). Este desplazamiento supone un segundo problema que se acciona con la clasificación de esa imagen como “agua”, en donde al pensar el agua, separada de su contexto y clasificada como “agua” se transforma en una abstracción que nos permite pensarla como un “activo” que es “dominado” por un titular y que debe ser “productivizado” en su total capacidad. Si pensamos en cómo representarla debemos comenzar con cuestionar sus límites. ¿Podemos pensar el agua que corre en un río como un objeto separado de las piedras, minerales, pastos, helechos, árboles, peces y comunidades que conviven en ella? Si fotografiamos un río y desplazamos el objeto-río de su contexto, ¿ayudamos a la generación de una mirada abstracta y separada de esa agua-río? ¿Se puede representar el agua de una forma distinta que la comprenda como agua-río, agua-lago o agua- mar?
En este sentido, Walter Mignolo (2011) nos orienta sobre cómo la categorización como práctica de jerarquización de la comprensión del mundo, está anclada en una historia y un orden colonial. Las categorías de raza, tecnología, clase, industrias de extracción, patriarcado, Dios y la razón, han generado un orden de mundo que ha permitido un sistema de opresión y un ordenamiento en virtud de su estructura y taxonomía. El agua se clasifica como uno de los cuatro elementos de la naturaleza (junto con la tierra, el aire y el fuego), y en el caso chileno, como un “bien mueble” (Artículo 4, código de aguas), un elemento al servicio de lo humano. El agua, considerada como naturaleza es definida como no-humana (a pesar de que el cuerpo humano está constituido en un gran porcentaje por ella).
Ariella Azoulay (2019) nos recuerda que las formas existentes de estar-juntos y de habitar el mundo han sido violadas a través de la separación de los objetos de las personas y su transformación en encarnaciones de categorías clasificatorias extranjeras, las cuales determinan su destino de desplazamiento, exterminio, explotación, apropiación o preservación. Estas operaciones históricamente no solo se llevaron a cabo al aire libre y en público, sino que también dieron forma y organizaron la estructura y la naturaleza de la esfera pública. El régimen imperial del archivo (y la imagen) nunca se limitó a las sombras, ni se limitó a los documentos en papel. Con esto me refiero a todas esas prácticas que surgen con las lógicas de la clasificación que delimitaron la percepción de lo correcto y jerárquico de cada cultura. Así, el régimen social estructurado por una serie de estandarizaciones y ordenamientos genera una relación en que la cuestión de lo “natural” sustenta una ideología de mundo, y de cómo los humanos y no-humanos habitamos este mundo. De esta manera, se organiza un sistema de percepción del entorno, de posibilidad de recorrido, de capacidad para sentir, afectar y verse afectado en y con la naturaleza. Se dispone de un régimen en que el hombre no es parte de la naturaleza, sino espectador de sus transformaciones, como si aquellas heridas sufridas por el territorio no afectaran la forma en que habitamos.
El agua (como naturaleza) se contrapone a lo cultural (y humano) generando una división y exterioridad a lo humano que facilita que algunos la perciban como objeto de propiedad. Esta categorización y división entre la naturaleza y la cultura se muestra problemática a la hora de lograr una otra comprensión de lo natural, y por tanto, imaginar otra relación con el río-agua. Philippe Descola junto a otros autores (1996) nos señala cómo esta división cartesiana ha resultado perjudicial y tremendamente problemática porque implica distribuir sus componentes elementales de tal manera que estos puedan ser objetivados en categorías estables y socialmente reconocidas. En este contexto, la brecha naturaleza/cultura debe entenderse “como el producto de un proceso constructivo” (Ingold, 2000, p.41) donde cada cultura produce, reproduce o sufre la imposición de un conjunto de relaciones y creencias hacia lo que es natural y lo que se considera cultura. Los tiempos modernos llegaron con la creencia de un “triunfo de la cultura sobre la naturaleza” (Gregory, 2001, p.87), como un logro imaginario que creó construcciones conceptuales y una imagen del ser humano superando los peligros de la naturaleza. Imagen desde donde se construye la retórica y visualización del proyecto Reguemos Chile. Esto nos invita entonces a reflexionar cómo esta comprensión del agua -como objeto clasificado y separado de su contexto- es una idea que se ha ido construyendo en el tiempo y que tiene sus bases en la primera colonización de América. En este sentido, distintos autores (Latour, 1993; Haraway, 1991; Macnaghten and Urry, 1998, entre otros) nos han facilitado una serie de reflexiones en torno a la artificialidad de esta comprensión dividida de lo que entendemos por natural (el agua) y cultural (el hombre), invitándonos a repensar los elementos y centrarnos en las relaciones que se levantan. Haraway (1991) afirma que “las dicotomías entre mente y cuerpo, animal y humano, organismo y máquina, público y privado, naturaleza y cultura, hombres y mujeres, primitivos y civilizados, están todas cuestionadas ideológicamente” (p.163). Es decir, cómo yo percibo estas categorías y cómo las defino, es un proceso que se enmarca social y culturalmente y, por tanto, está cargado de las ideologías vigentes. Haraway cuestiona la definición de “humano”, planteando el asunto de cómo se crea esta categoría y cómo su definición ha sido desafiada y remodelada a través de la ciencia y la tecnología. A lo que yo agregaría, cómo esta división ha sido desafiada por los distintos saberes ancestrales de nuestros pueblos originarios. Podríamos entonces argumentar que las representaciones del agua establecen un conjunto de relaciones desde las ideas, experiencias y saberes que surgen desde la naturaleza y los territorios, y que enmarcan la forma en que las personas ven/representan y experimentan esos espacios acuíferos. Siguiendo estas reflexiones, las líneas de pensamiento vinculadas al ecofeminismo se posicionan como una posibilidad. Convocándonos a pensar/hacer la representación como un proceso emancipado de la colonialidad del poder, reconstruyendo desde “los cuerpos físicos, emocionales y mentales que constituyen diversas vidas en el planeta” (Shiva, 2005 en De Pinho& Sinibaldi, 2017, P.31), proponiendo una experiencia de la naturaleza corporalizada y situada, una imagen de un saber otro. Proponiendo así una alternativa conceptual y de afectación práctica en el cómo vemos, percibimos y representamos el agua, no como una abstracción, sino como un ecosistema relaciones, como agua-río.
En este sentido, las jerarquías coloniales han afectado nuestra experiencia y percepción de la categoría “agua”, ya que definen qué, dónde y cómo se puede sentir/pensar nuestra subjetividad y presencia en determinado espacio/tiempo (volumen por minuto), al mismo tiempo que determinan una forma de retratar que abstrae al agua de su condición de agua-río, agua-mar, etc. Por ejemplo, la categorización de lo que se considera un río puede leerse como categorización/clasificación de lo que compone al río o lo que está fuera de él, y por tanto no es relevante en su cauce. Del mismo modo, la categoría que define las delimitaciones de lo tecnológico (fotográfico), condiciona la materialidad de la representación del agua y pone en cuestión nuestra capacidad de percepción corporalizada sobre el elemento “agua”. Un ejemplo de esto es lo que ocurre con la toma aérea de un dron que captura esa imagen a partir del ojo atomizado, de la imagen publicitaria inscrita en el proyecto Reguemos Chile.
En este sentido, Valeria de los Ríos (2020), en el contexto de la investigación[1] en que se enmarca este texto, planteó la necesidad de pensar en las relaciones que devienen estas categorías, y re-pensar lo que se define sujeto-objeto en una relación jerárquica, observando estas estructuras como redes y no como una relación sujeto-objeto donde hay dos términos: uno es el sujeto, que es este gran sujeto trascendental, la verdad, lo dominante; el otro es el objeto, que es minoritario, que es como la parte oscura del sujeto, o con la cual el sujeto puede hacer lo que quiera, lo que le da la gana. Entonces, salir de esos términos (sujeto-objeto) se transformaría en una manera de entregar agencia a las relaciones que suceden y así pensar más allá de las limitaciones. Esto implica reflexionar/representar desde los puentes, las conexiones, las vinculaciones entre ellos, o sea pensarlos desde las relaciones en red.
Esta reflexión se torna relevante ya que propone una puerta de posibilidad para quienes hacemos imágenes. ¿Podemos retratar el agua-río y desplazarnos de su entorno para re-configurarlo en una nueva red de relaciones que lo constituyan no como objeto representado, sino como sujeto de derecho y agente de cambio?
Y es aquí donde se muestra una primera fisura, o una potencial desestabilización del orden clasificatorio sujeto/objeto, naturaleza/cultura y agua/humano. Ciertamente podemos pensar la fotografía en cuanto a las relaciones que esta establece, mirando las redes que se levantan en su accionar visual más que en una lectura semiótica de sus contenidos. Estableciendo cómo las prácticas de fotógrafas y fotógrafos fomentan lecturas integradas de los objetos fotografiados con sus territorios.
1 Estas reflexiones se enmarcan en un proyecto de investigación que llevo realizando desde hace varios años sobre la representación del paisaje en Chile, poniendo especial énfasis en las prácticas fotográficas contemporáneas. “Una línea marca el horizonte: Fotografía, paisaje y poder.” Financiado por Fondart Nacional línea de Investigación. Convocatoria 2020. En la investigación he buscado indagar sobre las prácticas fotográficas artísticas contemporáneas sobre la representación del paisaje y proponer una mirada crítica para reescribir la tradición fotográfica a partir de una relectura localizada de nuestra cultura y territorio. La pregunta que estructura esta investigación es: ¿De qué manera la práctica fotográfica puede subvertir las estrategias coloniales para crear imágenes alternativas de nuestra identidad y territorio?
Referencias
Rosario Montero (Saniago de Chile, 1978) es Doctora en Estudios Culturales (Goldsmiths College), MFA (Universidad de Chile) y Master en Antropología Digital (UCL). Realizó su primera muestra individual en el Centro Cultural de España (Santiago, Chile) en 2004, participando en varias exposiciones en Chile, China, México, España, Reino Unido, Holanda y Venezuela, entre otras. En varias ocasiones ha recibido financiamiento público para la producción de sus proyectos de obra a través del FONDART. Su última publicación realizada como parte del colectivo Agencia de Borde se titula «Y si no puedes confiar en el suelo bajo tus pies» en 2020. Su trabajo es parte de la selección de fotógrafos chilenos contemporáneos para 02/ CNCA (2010) y C Photo Edition, «New Latin Look» curada por Martin Parr (2012). En la actualidad vive en Santiago de Chile donde se desarrolla una investigación sobre prácticas fotográficas contemporáneas y representación del paisaje en Chile, al mismo tiempo que es parte del colectivo de arte Agencia de Borde y participa en el grupo de investigación Desobediencias Prácticas.
Sitio web y redes sociales
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Instagram: @purodelirio
Esta publicación se enmarca dentro de la iniciativa realizada en conjunto por CNAC y el Área de Fotografía del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile dentro del contexto del Mes de la Fotografía, la cual consiste en compartir entrevistas, textos y reflexiones en torno a fotógrafas, fotógrafos y agentes relevantes de la fotografía nacional e internacional.